Sucede que cuando dibujo, inmediatamente imagino lo que voy haciendo en cada movimiento de mi mano, en esas tramas circulares con las que voy completando cual puzzle mi obra. Pero cuando pinto, cuando agrego color, me distraigo de tal manera que no puedo parar de echar estos a mi antojo (con la seriedad y la falta de razón que eso conlleva), y en ese momento no hay tramas que valgan, no hay círculos, sólo hay colores que detallan las formas o pinceladas que exaltan la belleza de algo intangible pero real. Soy yo en mi máxima expresión.
Y aunque ciertamente tengo arraigado en mi temática el dibujo de los círculos, también por esencia persigo el estudio del color. Así que en ese estudio de lo circular que me lleva al ombligo del alma, a ese centro y a esa misma búsqueda de lo que somos, resulta en un fluir que viene, va y retorna, siempre en un camino infinito, que para mí es atemporal y el cual siento que es parte de un equilibrio que busco compartir y de una vitalidad que me mantiene en este espacio tiempo.
Todo este aprendizaje viene dado por ese pensamiento mágico, una realidad estética que va más allá y que inevitablemente va ajustando sueño, fantasía, existencia, verdad, sentimientos, sucesos, cambios, y así un sin fin de cosas que generan un estilo de arte que se va ajustando a cada circunstancia, a cada sollozo, a cada certeza de lo que es o no, arte.
Los patrones, las pinturas figurativas, esos Ávilas que un día dije que no iba a pintar, mis trabajos más recientes que más que abstractos son parte de esa misma búsqueda de color, de mostrar precisamente esa misma exaltación que siento, la luz y esas formas que se entrelazan descomponiendo todo a su paso, dejándolo fluir con la pasión de ser algo, lo que yo quiera que sea y lo que ustedes quieran ver.
Feliz día para ustedes. Gracias por estar.
Mireya
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